Diarios, vol. 7 (diciembre de 1844-1845)
Søren KierkegaardCon todo y la brevedad de esta afirmación, pueden verse en ella diversas implicaciones. Desde su tesis de maestría, Kierkegaard consideraba su trabajo como un correctivo de su época por medio de la ironía. El ironista contribuye a que un momento histórico de inflexión toque fondo, pues su labor ayuda a que se manifieste la forma en que los valores dominantes han perdido su consistencia al haberse transformado y acomodado a las diversas formas de enajenación de los individuos.
Al igual que el ave que presagia las lluvias, el ironista tiene una cierta clarividencia respecto a la tormenta que se avecina; intuye que los vientos que la preceden provienen de diversos frentes. El primero de ellos es la pérdida del yo por medio de la masificación. Como Kierkegaard lo había asentado en uno de sus primeros diarios, es fácil observar a la masa de la gente que, por indolencia espiritual o por un mal entendido egoísmo, vive de la imitación de los demás. A esos pseudoindividuos que conforman esa multitud les parece más cómodo y útil ser uno más, y transforman el yo individual en lo otro genérico. Este hombre masa tiene como único parámetro para medir el éxito o el fracaso su inclusión en los estándares generalizados y, si acaso logra sobresalir, lo hace siempre dentro de esos parámetros comunes y casi nunca gracias a su carácter como verdadero individuo.